Desde hace años existe una creencia popular que afirma que no utilizamos todo nuestro potencial mental. Se dice que hasta Einstein dijo que solo usábamos un pequeño porcentaje del cerebro. ¿Es esto cierto?
Hace unos días, tras la publicación del post sobre los tópicos científicos más repetidos, alguien nos comentaba en los comentarios que nos había faltado comentar el famoso mito del uso del 10% del cerebro.
Hoy recogemos el guante, y os explicamos por qué no es cierta la afirmación de que solo utilizamos este pequeño porcentaje de nuestro cerebro. De hecho, se atribuye al propio Albert Einstein la cita de que solo conseguíamos usar el 10% de nuestra mente.
Pero esta falacia es incluso anterior a la supuesta cita de Einstein. Está documentado que el filósofo norteamericano William James, profesor de la Universidad de Harvard, escribió en su libro The Energies of Men, que "sólo aprovechamos una pequeña parte de nuestros recursos mentales y físicos". ¿Qué hay de cierto en el uso del 10% del cerebro humano?
Nuestros habituales despistes y fallos, y los estudios por resonancia magnética, en los que se observan unas determinadas zonas iluminadas ante determinados comportamientos, han ayudado a afianzar en la creencia popular la idea de que no usamos todo nuestro potencial.
Y es que el que es, sin lugar a dudas, nuestro órgano más complejo y desconocido, con un peso medio de entre 1.300 y 1.400 gramos, supone todavía un desafío para todos los científicos. Iniciativas como el europeo Human Brain Project muestran que la investigación en neurociencias sigue plenamente vigente y de actualidad.
Sin embargo, y a pesar de que sea un órgano del que aún nos quedan por conocer muchas cosas, no es cierto que hagamos solo un uso del 10% del cerebro. Lo confirmaba John Henley, un famoso investigador en neurociencias, quien decía que durante el día utilizábamos casi toda nuestra capacidad mental.
Es más, incluso cuando dormíamos, el córtex prefrontal, relacionado con la planificación de comportamientos cognitivos complejos, como la toma de decisiones, la adecuación de nuestro comportamiento social o la expresión de la personalidad, o las áreas somatosensoriales del cerebro, permanecen a pleno rendimiento.
Si este mito fuera cierto, en principio podríamos continuar nuestra vida normal si nos quitaran el 90% del cerebro restante. Es decir, si nos quedáramos solo con aproximadamente 140 gramos de este órgano. Cuando se produce daño cerebral, somos capaces de compensar en cierta manera la actividad de nuestra mente, pero como sabemos, a menudo se producen discapacidades realmente graves. Daños que, por otra parte, son mucho menores que los que se producirían si viviéramos sin el 90% de nuestro cerebro, para que nos hagamos una idea.
Pero es que la falacia del uso del 10% del cerebro no solo está extendida socialmente, sino que también algunos investigadores, como Sophie Scott, de la University College London, tienen una idea errónea sobre ello. En una de sus clases llegó a afirmar, como contarían en la BBC, que los daños cerebrales no eran tan importantes por la paradoja del 10%.
Una idea falaz, ya que los daños en nuestro cerebro, por pequeños que sean, suelen provocar graves problemas de discapacidades en las personas que los han tenido que sufrir. A pesar del misterio que sigue siendo a día de hoy este órgano, podemos afirmar sin duda, que el uso del 10% del cerebro humano forma parte también de los tópicos científicos más repetidos (y tremendamente falsos).
Los falsos mitos del envejecimiento
El envejecimiento es uno de los procesos naturales que más nos preocupa, por las implicaciones que existen a nivel personal, social y familiar. Cuando nos hacemos mayores, también existe una relación muy directa con nuestro estado de salud, por lo que se suelen difundir también falsas creencias y mitos del envejecimiento.
Aunque desde principios del siglo XX, nuestra esperanza de vida haya aumentado una media de entre 30 y 40 años a nivel mundial, lo cierto es que el paso del tiempo nos preocupa, y mucho. De hecho, la noticia sobre el cartero japonés Jiroemon Kimura que nació en siglo XIX y sigue vivo, despierta todavía las viejas esperanzas sobre poder aumentar nuestros años de vida.
¿Qué creencias existen sobre la eterna juventud? ¿Existen mitos del envejecimiento o por contra, seremos capaces gracias a la investigación, de aumentar nuestra esperanza de vida? Hoy os contamos algunas de las últimas claves sobre este tema de gran actualidad científica:
Las verdaderas causas del envejecimiento
Envejecer y morir son dos procesos fisiológicos naturales. El descubrimiento del elixir de juventud, que cantaría Antonio Vega, se debe quedar más en el terreno musical que en la realidad científica. Nuestras células y tejidos envejecen de manera diferente, dependiendo de múltiples factores genéticos y condiciones de vida.
Pero no todo está en los genes. Como resumían desde la Universidad de Murcia, debemos desechar cualquier idea que relacione por completo a nuestro ADN con un hipotético "factor Matusalén". Envejecemos, sí, pero solo el 25-30% de este proceso está marcado directamente por nuestros genes. Nuestros hábitos de vida y las condiciones sociosanitarias en las que llevemos a cabo nuestro día a día marcan en un 75%, aproximadamente, los años que viviremos.
Aun así, no debemos menospreciar la influencia de la genómica en el envejecimiento. Según un trabajo de revisión publicado en la revista Cell, las cuatro causas del envejecimiento se sitúan en la inestabilidad de nuestro genoma (por la cual vamos acumulando 'fallos'), el acortamiento de los telómeros, las alteraciones epigenéticas (con gran relación con las condiciones ambientales en las que vivimos), y por último, la pérdida de la proteostasis.
El resveratrol, la estrella antienvejecimiento
Si hablamos de la fórmula antienvejecimiento más famosa, inevitablemente tenemos que pensar en el resveratrol, presente en el vino tinto, y en menores cantidades, en el vino blanco. Este compuesto químico ha aterrizado en numerosas herboristerías y tiendas, promocionándose en cápsulas, comprimidos y otras fórmulas por sus efectos contra el paso de la edad.
Las campañas de publicidad sobre el resveratrol han sido grandiosas, formando parte de la abultada lista de mitos del envejecimiento. Ya saben, que si retrasa el reloj biológico, que si es la nueva píldora de la longevidad, que si todo está probado científicamente, que si refuerza nuestras barreras antioxidantes.
Químicamente, el resveratrol es un polifenol que debe su enorme fama a un artículo publicado en Nature, por el cual David Sinclair demostró el papel de este compuesto en una ruta celular relacionada con las sirtuinas, y que podrían estar asociadas a la capacidad de prolongar la vida, pues el resveratrol tendría la propiedad de activar los genes que codifican estas proteínas, y con ello retrasar el envejecimiento.
Sin embargo, aunque las propiedades in vitro del resveratrol sí han sido demostradas, debemos ser excépticos con los que anuncian su papel estrella como molécula de la eterna juventud. Como bien resumió el investigador José Manuel López Nicolás en su blog, aún no se han realizado ensayos clínicos que demuestren el efecto beneficioso del resveratrol en humanos.
De hecho, los autores del trabajo que comentábamos antes, también incluyen al resveratrol entre los grandes mitos del envejecimiento. En su artículo son contundentes al afirmar que no hay evidencia genética que diga que aumentar las defensas antioxidantes retrase el envejecimiento. Y aunque nuestro organismo use la restricción calórica como estrategia protectora cuando hay escasez de nutrientes, lo cierto es que pasar hambre tampoco va a retrasar que nos hagamos mayores.
Lo cierto es que a día de hoy aún no existen compuestos o estrategias que nos ayuden directamente a combatir el envejecimiento. Tener un estilo de vida saludable y mejorar los diagnósticos y tratamientos utilizados en medicina serán las estrategias adecuadas para no vivir bien, sino simplemente, vivir mejor.
El pene de los pollos se suicida antes de que nazcan por culpa de un único gen
Un trabajo publicado en Current Biology desvela un enigma desconocido hasta ahora: por qué la mayor parte de aves, que se reproducen por fecundación interna, carecen de falo. La causa se encuentra en un único gen, que induce el suicidio celular.
En materia de genitales, el reino animal ofrece una grandísima diversidad en cuanto a tamaños, formas e incluso presencia y/o ausencia de detalles anatómicos. Sin embargo, desde hace años los científicos buscan la razón de la inexistencia (en general) de atributos en unos seres vivos que presentan fecundación interna, como son las aves. En particular, los investigadores han tratado de desvelar el enigma de la ausencia del pene de los pollos, hasta ahora sin éxito.
En la fecundación, el objetivo es que los gametos se encuentren para dar lugar al zigoto, en otras palabras, para que se produzca la fertilización. Existe un tipo de mecanismo reproductivo, conocido como fecundación interna, en el que la unión de los gametos se produce en el interior del cuerpo de la hembra.
Podríamos pensar que en aquellos seres vivos que presenten este mecanismo de fecundación, la existencia del pene es esencial. Pues para sorpresa de muchos, esto no es así siempre. De hecho, como comentábamos antes, la presencia de un pene en las aves es más una rareza, ya que solo en el 3% de los casos existe un órgano prominente (por ejemplo, en el caso de los patos sí existe). ¿Por qué ocurre? ¿Existe algún interruptor genético que module la presencia o ausencia del pene de los pollos?
Ahora un trabajo realizado por la Universidad de Florida, y publicado en Current Biology, ha resuelto este enigma. Una vez que se produce la fecundación, y el embrión comienza a desarrollarse, se observa en él el crecimiento de un tubérculo genital, que los investigadores consideran el predecesor del falo.
Sin embargo, antes de que este se desarrolle del todo, existe un gen implicado en detener este proceso. En concreto se trata de Bmp4, que según esta investigación es el implicado en ordenar el suicidio celular en el extremo del falo en formación.
Además, los científicos demostraron que la activación de este gen en animales como los patos, provoca la muerte celular del pene en desarrollo, a pesar de que estas aves presentan normalmente falo. El comienzo del desarrollo de este tipo de estructuras, que luego no aparecen en los animales adultos, es algo común en otras especies. Al igual que el pene de los pollos, el inicio del desarrollo de los dientes en las aves o la reducción de las extremidades en serpientes, son ejemplos en los que detalles anatómicas que comienzan a formarse, no se observan luego en el organismo adulto.
En palabras del investigador Martin J. Cohn a la Agencia SINC, este tipo de estudios puede ayudar a "desvelar las bases moleculares de variaciones naturales ocasionadas por evolución, lo que puede llevar al descubrimiento de nuevos mecanismos de desarrollo embrionario". Continúa Cohn que "estos mecanismos pueden ser totalmente inesperados, lo que nos permite entender cómo funciona la evolución y también ganar conocimiento en las posibles causas de malformaciones".
Fuente alt1040.com
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